MIJAÍL SALTYKOV-SCHEDRÍN (DE COMO UN MUJIK ALIMENTÓ A DOS FUNCIONARIOS)
Spas-Ugol (Rusia), 1826-San Petersburgo, 1889
Mijail Yevgráfovich-Schedrín, fue un escritor, satirista y periodista del siglo XIX. Pasó la mayor parte de su vida trabajando como funcionario público en diversas capacidades. Después de la muerte del poeta Nikolay Nekrasov, actuó como editor de la conocida revista rusas Otechestevenniye Zapiski, hasta que el gobierno lo prohibió en 1884. Su obra más conocida, la novela La familia Golovlyov, apareció en 1876.
Había una vez dos funcionarios. Ambos tenían cabezas huecas, y un día se encontraron súbitamente transportados como por una alfombra mágica a una isla desierta.
Habían pasado toda su vida en un Departamento del gobierno donde se llevaban estadísticas; allí habían nacido y allí crecieron y se hicieron viejos, por lo que no tenían el más mínimo conocimiento de cosa alguna fuera del Departamento; y no conocían más palabras que: "Con la seguridad de mi más alta estimación, queda, su humilde servidor ..."
Pero el Departamento fue abolido, y como los servicios de los dos funcionarios ya no eran necesarios, quedaron en libertad. Y los funcionarios retirados se trasladaron a la calle Podyacheskaya en San Petersburgo. Cada uno tenía su propia casa, su cocinero y su pensión.
Al despertar en la isla desierta se encontraron acostados bajo la misma sábana. De primera intención no entendían qué había ocurrido, y hablaban como si nada extraordinario hubiera pasado.
-¡Qué extraño sueño tuve anoche, Excelencia - dijo uno de los funcionarios -. Me parecía estar en una isla desierta!
Apenas había pronunciado estas palabras cuando de un salto se puso de pie. El otro funcionario también se paró de un salto.
-Gran Dios, ¿qué significa esto? ¿Dónde estamos? - exclamaron llenos de asombro.
Se palparon mutuamente para asegurarse de que ya no soñaban, y por fin se convencieron de la triste realidad.
Ante ellos se extendía el océano, y tras ellos había un pedacito de tierra, más allá del cual de nuevo se extendía el océano. Comenzaron a llorar -por primera vez desde el cierre de su Departamento.
Se miraron y notaron que no tenían más vestimenta que la camisa de noche y la condecoración de su orden colgada al cuello.
-A estas horas deberíamos estar tomando nuestro café -observó uno de los funcionarios-. Pero recordó la extraña situación en la que se encontraba y por segunda vez rompió a llorar.
-¿Qué vamos a hacer? -sollozaba- Aún suponiendo que redactáramos un informe sobre el caso, ¿de qué serviría?
-Mire, Excelencia - respondió el otro funcionario - usted va hacia el este y yo hacia el oeste. Al atardecer volvamos a reunirnos aquí, y quizá hayamos encontrado algo.
Comenzaron a determinar entonces cuál era el este y cuál el oeste. Recordaban que el jefe de su Departamento en una ocasión les había dicho: "Si quieren saber dónde queda el este, pongan la cara hacia el norte, y el este estará a su derecha". Pero cuando trataron de determina cuál era el norte, se volvieron a la derecha y a la izquierda y miraron a todas partes.
Como habían pasado toda su vida en el Departamento de estadísticas, sus esfuerzos fueron vanos.
-Me parece, Excelencia, que lo mejor que podemos hacer es que usted vaya por la derecha y yo por la izquierda -dijo uno de los funcionarios que había prestado servicios no sólo en el Departamento de estadísticas, sino además había sido maestro de caligrafía en la Escuela para reservistas, y por tanto, era más inteligente.
Dicho y hecho. Un funcionario fue hacia la derecha. Encontró árboles que daban toda clase de frutas. Gustosamente hubiera tomado una manzana pero estaban tan altas que hubiera tenido que trepar. Trató de hacerlo, pero fue en vano. No logró más que rasgar su camisa de noche. Luego encontró un arroyo. Allí pululaban los peces.
-¡Ah! ¡Si tuviésemos todos esos peces en la calle Podyacheskaya! -pensó, y la boca se le hizo agua. Entró en los bosques, y encontró perdices, chochas y liebres.
-¡Gran Dios! ¡Qué abundancia de comida! -exclamó. Su hambre aumentó extremadamente.
-¡Qué extraño sueño tuve anoche, Excelencia - dijo uno de los funcionarios -. Me parecía estar en una isla desierta!
Apenas había pronunciado estas palabras cuando de un salto se puso de pie. El otro funcionario también se paró de un salto.
-Gran Dios, ¿qué significa esto? ¿Dónde estamos? - exclamaron llenos de asombro.
Se palparon mutuamente para asegurarse de que ya no soñaban, y por fin se convencieron de la triste realidad.
Ante ellos se extendía el océano, y tras ellos había un pedacito de tierra, más allá del cual de nuevo se extendía el océano. Comenzaron a llorar -por primera vez desde el cierre de su Departamento.
Se miraron y notaron que no tenían más vestimenta que la camisa de noche y la condecoración de su orden colgada al cuello.
-A estas horas deberíamos estar tomando nuestro café -observó uno de los funcionarios-. Pero recordó la extraña situación en la que se encontraba y por segunda vez rompió a llorar.
-¿Qué vamos a hacer? -sollozaba- Aún suponiendo que redactáramos un informe sobre el caso, ¿de qué serviría?
-Mire, Excelencia - respondió el otro funcionario - usted va hacia el este y yo hacia el oeste. Al atardecer volvamos a reunirnos aquí, y quizá hayamos encontrado algo.
Comenzaron a determinar entonces cuál era el este y cuál el oeste. Recordaban que el jefe de su Departamento en una ocasión les había dicho: "Si quieren saber dónde queda el este, pongan la cara hacia el norte, y el este estará a su derecha". Pero cuando trataron de determina cuál era el norte, se volvieron a la derecha y a la izquierda y miraron a todas partes.
Como habían pasado toda su vida en el Departamento de estadísticas, sus esfuerzos fueron vanos.
-Me parece, Excelencia, que lo mejor que podemos hacer es que usted vaya por la derecha y yo por la izquierda -dijo uno de los funcionarios que había prestado servicios no sólo en el Departamento de estadísticas, sino además había sido maestro de caligrafía en la Escuela para reservistas, y por tanto, era más inteligente.
Dicho y hecho. Un funcionario fue hacia la derecha. Encontró árboles que daban toda clase de frutas. Gustosamente hubiera tomado una manzana pero estaban tan altas que hubiera tenido que trepar. Trató de hacerlo, pero fue en vano. No logró más que rasgar su camisa de noche. Luego encontró un arroyo. Allí pululaban los peces.
-¡Ah! ¡Si tuviésemos todos esos peces en la calle Podyacheskaya! -pensó, y la boca se le hizo agua. Entró en los bosques, y encontró perdices, chochas y liebres.
-¡Gran Dios! ¡Qué abundancia de comida! -exclamó. Su hambre aumentó extremadamente.
Este cuento no termina ahí.
ResponderEliminarEl cuento está incompleto.
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