VLADIMIR NAUMOVICH BILL-BIELOTSERKOVSKI

Rusia, 1885

Es uno de los dramaturgos de más relieve de la Rusia contemporánea. Nace en el año 1885, en el seno de una familia obrera. se hace marinero y pasa varios años en Norteamérica, donde ha de desempeñar varios oficios como el de fogonero y cavador. En 1917 vuelve a Rusia. En 1919 publica un libro de relatos titulado "Risa entre lágrimas" acerca de la vida de marineros y trabajadores. se dedica a la dramaturgia, obtiene un segundo premio en un concurso nacional de obras de teatro (1920). En 1925 escribe el drama "La tempestad" que se representa con gran éxito y ha ejercido gran influencia sobre el teatro ruso posterior. Por primera vez entre las obras de teatro soviético se supera el esquematismo y el carácter abstracto de los personajes. Entre los otros dramas importantes de Bill-Bielotserkovski pueden citarse: "Bonanza" (1q927), "La voz de las entrañas de la tierra" (1929), "La vida nos llama" (1934), "El color dela piel" (1948), etc. Bill-Bielotserkovski nos ha dejado de escribir cuentos y relatos a pesar de dedicarse preferentemente ala dramaturgia, "La carta", que se publica a continuación, pertenece a los del año 1948.
-¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra!

Sólo quien ha pasado muchos meses en pleno océano comprenderá la desbordante alegría que se apoderó de los marineros al divisar la oscura franja de tierra en el horizonte. Así gritó, probablemente, el marino que vio a lo lejos la costa de América desde el mástil de la carabela de Cristóbal Colón.

Nosotros, marineros de la flota mercante inglesa, no descubrimos América. Veíamos las costas de Holanda, de todos perfectamente conocidas, mas nuestra alegría no era menor que la de los marinos de Colón. Nos esperaban unos días de descanso. El óceano había llegado a rendirnos: fríos polares en las aguas del Norte, calor sofocante en los trópicos, tempestades, chubascos, calma chicha, fuerte balanceo del barco, carne salada y galleta, sueño intranquilo. ¡Descansar! ¿Puede haber algo más agradable después de semejante tensión? Sobre todo si el descanso se nos ofrece en un puerto como Rotterdam. ¡Alegre puerto! Además, en este puerto debíamos cobrar lo que se nos adeudaba por todo el viaje, que había durado ocho meses.

Al oír el grito del marinero que estaba de cuarto, saltamos de la cubierta inferior en ropas menores, a pesar del viento otoñal que nos azotaba de frente, y dimos rienda suelta a nuestro entusiasmo por tener la costa a la vista, gritamos "¡hurra! y saludamos moviendo los brazos como si allí nos estuvieran esperando nuestros seres más queridos. Quien más entusiasmado se mostraba era mi compatriota Piotr Fiódorov, rubio mozo de anchos hombros. Hasta se puso a bailar la "danza cosaca".

Le brillaban los ojos grises, despreocupados y astutos. Dando pasos cortos, tan pronto se agachaba, muy bajo, como saltaba muy alto abriendo ampliamente los brazos, a modo de alas, como si pretendiera separarse de la cubierta y volar. Las ruidosas exclamaciones de aprobación y las palmas servían sólo para excitarlo aún más.

-¿Qué te pasa? -le dije yo, severo-. ¡Qué haces?

-¿Quién, yo? - me replicó, sorprendido.

-¿No lo sabes? ¿Y tu palabra?

-¡A-ah -dijo como si recordara-. Esto no significa nada... unos saltos... - añadió para justificarse, confuso. (Hablábamos en ruso.)
-No significa nada. ¿Por qué te has puesto a bailar?
-No he prometido que no iba a bailar.
-Cuidado con lo que haces... -repuse amenazándole con el dedo, observando con desconfianza la traviesa expresión de sus ojos.
Se puso serio y dio media vuelta.
"No resistirá... no cumplirá su palabra", me dije para mis adentros.
El hecho era que al emprender el largo viaje, Piotr, entre de nuestros y maldiciones dirigidas a la costa, me dio palabra de no ir de juerga al tocar el puerto, y enviar el salario a su mujer, que estaba en Rusia.
He de decir que sus transportes de alegría, por regresar a tierra firme, al igual que los del resto dela tripulación, nunca eran prolongados. El entusiasmo se iba junto con el dinero. Y esto duraba poco tiempo, tres o cuatro días a lo sumo. Aquello constituía una especie de tempestad de los sentidos. Y cuando en su lugar entraba la "calma chicha" - el desagradable malestar de la borrachera pasada, el vacío en el estómago por haber quedado el bolso sin blanca-, la tierra nos parecía aburrida, cual vieja barcaza embarrancada en un bajío. Con este estado de ánimo, abandonábamos la orilla de muy buena gana, si bien unos meses después olvidábamos todo lo malo y de nuevo recordábamos con nostalgia lo que nos parecía atrayente. La tierra firme volvía a presentársenos seductora.
Los marineros no se afligían por haberse bebido el salario. Les parecía que en ello radicaba el fin de su vida. Una circunstancia favorecía tal despreocupación, y era el hecho de que la tripulación de nuestro barco estaba formada por solteros, a excepción hecha por Piotr. La ininterrumpida navegación por mares y océanos no predisponía al matrimonio. Con Piotr la cosa era distinta. El había dejado a su mujer en Rusia. Guardaba sus cartas. En el mar la recordaba con frecuencia, sentí9a nostalgia y a veces se hacía pesado con sus lamentos.
-¡Qué miserable soy! - exclamaba en son de sincero reproche-. ¡Tener una mujer como ella y no enviarle ni un penique! Ella no dice nunca nada acerca del dinero, van ya para dos años... ¡Qué modo tiene de escribir! "¡Muy querido maridito! ¡Te añoro! ¡El corazón se me entristece... te espero!" Trabaja en una fábrica de tabacos - dice -. Les pagan una miseria y aún tiene que mantener a su madre. Para ella vida es dura. Y yo soy tan idiota que entrego cuanto gano a taberneros y mujeres de mala vida. ¿Qué mosca me picó, para que me decidiera a embarcar?
-La verdad, ¿qué necesidad tenías de dejar a tu mujer? Podías haberte dedicado a navegar por el Mar Negro - le dije una vez.
-Me resultaba pequeño, ¿comprendes?, demasiado pequeño; quería ver mundo.
-¿Y qué, te has hartado ya de verlo?
-Si bien lo miras, no tiene nada que ver... Taberna sy pelanduscas... ¡Basta! Ya es hora de terminar.
Pero sólo razonaba así en el mar. Le bastaba divisar la costa para olvidarse instáneamente de sumujer y de todo cuanto hay en el mundo. Al final, sus quejas me hartaron y lo mandé al diablo. Además, me daba lástima su mujer. Le escribía unas cartas tan cariñosas, tan +íntimas, que a mí mismo me emocionaban, despertándome anhelos de amor puro y bueno.
Se agriaron nuestras relaciones. Mas Piotr no podía vivir reñido con sus camaradas y mucho menos conmigo, que era paisano y amigo suyo. Por lo visto le atormentaba estar reñido conmigo.
n día se me acercó, turbado:
-¡Escucha, hermano! tan pronto lleguemos a Rotterdam te entregaré todo lo que cobre.
-¿A mí? -le respondí, sorprendido-. ¿Qué falta me hace a mí tu dinero?
-Lo envías a mi mujer. ¿De acuerdo?
Me quedé pensativo.
-No, no estoy de acuerdo. Tú hablas de este modo aquí. En el puerto el cantar será otro. Te conozco.
-Te digo que no. Ya lo verás.
-Sí, ya lo he visto...
-Bien, pues... te voy a dar una autorización.
-¿Para qué?
-Para que puedas cobrar lo que me pertenece. Podemos hacerlo ante testigos.
-¿Para qué quiero tu documento? No voy a llevarte a los tribunales si mientes.
-Está bien... ¡Te doy mi palabra!
Lo dijo con tanta sinceridad que le creí.
.¿Tu palabra?... Perfectamente -le respondí después de meditarlo unos segundos-. Pero que te conste: si no cumples la palabra dada, te odiaré... quien no cumple lo prometido, para mí es el último de los hombres. Es capaz de dejarte en la estacada.
-Es cierto - asintió.
Le miré a los ojos, inquisitivo.
-De acuerdo -le dije-. No es necesario enviar todo el dinero. Quédate dos o tres libras para tus gastos, pero todo lo demás se lo mandas. ¡Esto será un buen regalo! ¿Eh? -exclamé animándole.
-¡Cómo no! -incluso se levantó de su asiento-. ¡Qué duda cabe! Maldito sea... Si yo...
-Está bien, está bien - dije, interrumpiendo sus exclamaciones-. ¿En la orilla lo veremos!
En eso quedamos.
Por esto fui tan tajante cuando nos acercamos a Rotterdam.
En otros tiempo, Rotterdam era uno delos puertos más alegres de Europa para los marineros que hacían largas travesías.Hablando en puridad, no se trataba de toda la ciudad, sino de dos de sus calles junto al puerto, la calle Santa y la de Shidam Shidaik, En dichas calles no había casa que no fuera taberna o lupanar. Eran muchos los barcos extranjeros que hacían escala en Rotterdam. Para atraer a la gente de otras tierras, a la entrada de muchos establecimientos podían leerse letreritos del siguiente tipo: "Hablar en rus", lo que quería significar que allí se hablaba en ruso. De modo semejante se enumeraban otros idiomas:
"Sprohen sie deutch".
"Spooken english".
"Parlare italiano".
"Parelvous francais".
"Stie romaneshti", etc.

Todo esto se hacía como para ayudar al extranjero a expresarse en su idioma vernáculo, si no sabía otro. En realidad la lengua que allí se usaba era muy sencilla, excesivamente sencilla: la gente se explicaba no tanto por medio de palabras como con ayuda de los gestos, de la mímica. Los hombres primitivos hablaban probablemente en este mismo idioma.

En la orilla se nos dispensaba un recibimiento entusiasta. En las tabernas, orquestas formadas por un violín, una flauta y un tambor nos dejaban sordos tocando alguna marcha. Doncellas pintarrajeadas se nos arrojaban al cuello con gritos de alegría. Los borrachines empedernidos nos saludaban con ronca voz, en espera de generosa invitación. Dueños y personal de servicio de los establecimientos nos hacían profundas reverencias con sonriente cara. Los rufianes, carteristas y traficantes de valores falsos se nos acercaban tanto que casi nos faltaba aire para respirar. Casi nos llevaban en volandas. Por nosotros llegaban a pelearse.

¿Y nosotros mismos?... Nosotros sonreíamos beatíficamente. Sentíamos una alegría que difícilmente logrará comprender un hombre de tierra. El estrépito y los chirridos, todo el ruido del puerto nos hacía el efecto de una solemne bienvenida. ¡Cómo era posible no abrir la bolsa en estas circunstancias?

"Una ronda para todos" (de cerveza, de whisky o de gin), íbamos diciendo uno tras otro los marineros, y el que gritaba convoz más alta y alegre era Piotr.
Comenzaba el festín...
Por la noche las calles hervían de gente. Las puertas no se cerraban y se oían, por ellas, voces ruidosas, chillidos de mujer, risas, sonidos de instrumentos musicales y canciones en diferentes idiomas. Sumidos en una luz roja inverosímil (debido a las pantallas) veíanse figuras danzando. Cada un o bailaba su danza nacional. Pero quien bailaba con más calor y agilidad su "danza cosaca" era nuestro Piotr. Fuera porque el endiablado ritmo de la danza respondiera mejor al estado de ánimo de los presentes, o porque él la ejecutara con singular maestría, Piotr obtenía siempre grandes éxitos. El siempre era el alma de la fiesta y su presencia arrancaba calurosos aplausos.
-¡Ruso! ¡Ruso! -exclamaban al verle.
-¡Cosaco! ¡Cosaco!...

Ya estamos en el puerto. Hemos llevado nuestros bártulos al "Hogar del marinero". En las oficinas del barco recibimos el salario..Llevamos los vestidos de domingo. En los labios, la pipa... La gorra levemente inclinada sobre la oreja. Los rostros, bronceados por el sol y el viento, radiantes. El brillo de los ojos refleja la emoción interior. Sobre todo en Piotr. Su rostro arde.
Puestos de acuerdo con los camaradas acerca del lugar d ela calle Santa donde debíamos encontrarnos, dije a Piotr:
-¡Vámonos!
-¿Adónde?
-¿Cómo adónde? A Correos.
-Yo creía que primero iríamos a la Santa y luego a Correos.
-Tú bromeas, hermano.
-Hablo en serio. Lo que quede, lo enviaré a mi mujer.
-¿Acaso te quedará mucho?
-Ya lo veremos.
-No hagas el tonto, Piotr. ¡Has dado tu palabra! - digo, yo alzando la voz.
-De mi palabra no me desligo... Lo que quede...
Le dirijo una despectiva mirada.
-¡Farsante! - le digo volviéndole la espalda-. ¡No vuelvo a embarcarme contigo! - Me voy.

-¡Espera! - me dice, alcanzándome -. ¡Toma! - y me dio tres libras.
-¡Esto es todo?
-Basta.
No las tomo y prosigo mi camino.
-Bueno... toma una libra más.
-¡Ojalá se te atraganten! - Yo estaba de buen humor, mas Piotr comenzaba a hacérmelo perder.
-¿Qué estás rezongando? ¿He de descansar o no? ¿Tengo derecho a ello? ¿No soy un hombre como los demás?
-Estas cuatro libras te bastan. Las demás, para la mujer.
¿Y si ella no lo merece...?
-¿Qué?
-Ella quizá...
-¿Qué quieres decir?
-¡Va con otros!
Me detengo y le miro con ojos como ruedas de molino.
-¿Qué dices? ¿Se te ha perdido algún tornillo? ¡Quién te lo ha dicho?
-Yo lo entiendo así... Una mujer joven no se pasa tanto tiempo sin mujik, y con lo que gana en la fábrica de tabacos dos personas no comen.
-¿Qué quieres decir con esto?
-Que... se hace un sueldo complementario.
-¡Asqueroso!... ¿Y sus cartas? ¡Sus cartas!
-¡Qué significan sus cartas! Escribir no cuesta mucho -replicó sonriendo.
-¡Eres un canalla! Eres un... - Y no encuentro palabras, por la gran indignación que se apodera de mí-. ¡Qué derecho tienes a calumniar a una persona? Quizá en este momento tu mujer sufre y ruega a Dios por ti: "¡Sálvale, Señor, en la tierra y en el mar!" Ytú... ¡Venga, aunque no sean más que estas cuatro libras! Por lo menos éstas no irán a parar a los bolsillos de tus rameras.
-Yo mismo las mandaré - me responde confuso.
-¡Mientes! ¡Dámelas te digo! ¡Dámelas
Piotr no es de lo que se acoquinan, pero mi rabia le desconcierta.
-¡Tómalo! - me dice, alargándome el dinero.
Casi se lo arranco de las manos. Quiere irse, mas yo le retengo del brazo.
Espera. Vamos juntos a Correos. Le enviaré el dinero en tu presencia.
-¿Por qué? Envíalo tú mismo. Ya sabes cuál es su dirección. Te creo.
-Que me creas o no, me importa un bledo. Quizá ha llegado carta a tu nombre. A lista de Correos. es posible que no haya a quien enviar el dinero. - Y añado. siniestro-. Quizá ha muerto.
Piotr pone mala cara. Echa a andar. Yo le sigo. Caminamos en silencio.
Al pasar por un pequeño square, Piotr levanta la cabeza. En dirección contraria a la nuestra avanza una mujer de unos treinta años. Piotr conoce "al pájaro por el vuelo". La mujer acorta el paso, sin apartar la vista de mi compañero. Al pasar por su lado balbucea unas palabras. Piotr se detiene.
-¿No puedes esperar? - Grito de tal modo, que la mujer se estremece y se aparta bruscamente hacia un lado.
Por fin llegamos a Correos.
-¡Venga, pronto! - me dice metiéndome prisa.
-¿No puedes esperar? -repito- pregunta antes si hay carta.
Quiero probar este último recurso. Quizá una carta le haga entrar en razón. Quizá pueda aún arrancarle algo más. Observo con mirada atenta todos sus movimientos. Cada uno de sus gestos me irrita. Se acerca presuroso a la ventanilla. Se apoya, impaciente, ya en un pie, ya en otro, suspira nervioso, mientras la empleada de Correos revuelve los paquetes de cartas. Resulta que tenía carta. La abre desasosegado. Frunce el entrecejo, descontento. La recorre con la vista. ¡Continúa teniendo prisa! Pero he aquí que vuelve al comienzo de la carta. Lee. Mueve los labios. Cuando más se empapa del contenido de la carta,más sensiblemente se le transforma la expresión del rostro. En el entrecejo se le dibuja una profunda arruga. Manchas sonrosadas se le asoman a las mejillas. Percibo cierta inquietud en su semblante. Luego, turbación, una sonrisa de persona culpable. Por fin, me extiende la carta, sin mirarme. Ahora es él quien me observa a mí. Cuando termino la lectura, apretando los dientes, se la devuelvo. Por un instante le miro confiera expresión y, sin parar mientes en la concurrencia del lugar, le arrojo con fuerza el dinero a la cara. Y salgo a la calle.

Había perdido definitivamente el buen humor. La carta me había conmovido. tenía en el alma la repelente amargura del desengaño que me había producido un hombre que era, además, amigo mío. La carta estaba escrita con sencillez, con algunas faltas,pero lo importante era el sentido.
"Dicen que en los barcos ingleses -escribía la mujer- la vida es muy dura, de modo que no me envíes dinero, utilízalo como te plazca, descansa, cuando puedas, y diviértete si tienes ganas. Y si has dejado de quererme, te juro que no te lo reprocha´re. Aunque el tiempo que he vivido contigo ha sido poco, no lo olvidaré hasta que muera. Y te estoy agradecida por él. Te guardo muy bien guardado en el corazón, amado mío. Con tu recuerdo me levanto para ir al tr4abajo, con tu recuerdo me acuesto. Por la noche sueño contigo. Si sufro, pienso en ti y me siento consolada, el corazón se me reanima, como si lo acariciaran los rayos del sol. Sólo reazo a Dios por ti. Así que no te violentes, no fuerces tu alma . Arrójame de tu cabeza, sino hay sitio para mí en tu corazón. No te escribiré más para no inquietarte. ¡Adiós, amado mío!"
Ni un reproche. De cada línea, de cada palabra, se desprendía un sentimiento tan puro y tan desinteresado, que elmundo que me rodeaba, con sus vicios, sus mujeres que se venden, sus rufianes, sus tabernas y casas públicas, se me apareció espeluznante, siniestro, c ual mundo de leprosos. Y si ya antes todo ese tinglado me pareció falso y corrompido, en ese momento se me hizo repugnante y ofensivo.
Estaba sentado en un banco, sin ver a nadie, sin oír nada, por lo que me estremecí cuando me llamó una voz conocida. Era Piotr.
-¿Qué quieres? – exclamé, apretando los puños-., ¿Qué quieres?
Pero mis gritos no le turbaron. Llegó junto a mí, muy cerca. Cara y voz denotaban en él uncansancio como no se lo había notado ni siquiera después de los trabajos más pesados.
-Mira –me dijo, alargándome un papleito.
Era el recibo de Correos por las veinte libras ypico que acababa de girar.
-¡Lo he enviado todo!... ¡Todo! – exclamó.
Mas esto me dejó indiferente.
-Has pagado tu deuda... –le dije, no sin malicia-. Y has quedado con la conciencia tranquila. Tendrías que que llevar una vela a un altar, como hacen los pecadores.
-No me regañes, hermano. Me regaño yo mismo. Esto es más doloroso.
-¡Pasará!... Te das una vuelta por la Santa, bailas allí un “danza cosasca”, te agarras a alguna ninfa y paará todo como por encanto.
No me respondió nada, mas por sus sombríos ojos, por su rostro fatigado, por su aspecto, comprendí que sufría. Incluso me dio lástima, pero decidí no manifestarlo. No podía perdonarle lo del “sueldo complementario”.
-¡Siéntate! – le dije, tirándole de lamanga-. Estás de pie, con la gorra en las manos, como un mendigo a la puerta de la iglesia.
Se sentó y estrujó nerviosamente la gorra. Tenía amarillo el rostro. Por lo común sonrosado. Nunca le había visto de aquel modo. Como si alguien lo hubiera cambiado por otro...
Permanecimos largo rato sentados, en silencio.
-¡Tengo que irme! ¡Inmediatamente! – exclamó él de pronto-. ¡A casa!
- Bueno... Vete haces un par de viajes, ahorras dinero, y viento en popa, que Dios te ayude...
-No, sería tarde. Tengo miedo... – Le temblaron las cejas-. Esta carta me da la impresión de que está enferma. He de ponerme en camino inmediatamente.
-SI esasí, no debía de haberle enviado todo el dinero. Tenías que haber dejado algo para el camino.
-Ha sido sin pensar – dijo con expresión de culpabilidad-. Qué bien me vendría ahora el dinero que me he bebido – añadió, moviendo la cabeza tristemente.
-Ya lo creo – comenté, no sin una punta de ironía-. No es la primera vez que lo oigo.
-Tienes razón, pero ahora es por última vez.
-Te creeré cuando regreses a tu casa. Eso sí será una alegría...
-¡No me lo digas! Cuando lo pienso me emociono... – confirmó, con voz entrecortada -. ¿Pero qué puedo hacer? –gritó-. ¿Todavía otro viaje? Nos torturaremos los dos.
Su dolor se me contagiaba. Pero yo no sufría por él. Veía ante mí mismo la imagen de la mujer amante con la que secreta e inconscientemente yo soñaba, a la que yo esperaba... Llegué incluso a envidiar a Piotr con la sana envidia que emociona, que hace vibrar el corazón y lo colma de dulce esperanza. Me sentía sinceramente agradecido a la mujer de Piotr por esta esperanza y or el hecho de que nunca había llegado a percibir con tal viva realidad hasta qué punto era depravado el mundo en que me encontraba . Por todo aquello sentía unos deseos incontenibles de corresponder con algo a aquella mujer. Pagar el bien con el bien.
-¡Escucha! – dije a Piotr, dándole una palmada al hoimbro -. ¡Leva anclas!
Me miró con los ojos extremadamente abiertos.
-¡Prepárate! –repetí, conteniendo apenas una sonrisa-. No te faltará dinero para el viaje.
-¿De dónde?
_Te lo doy yo!
-Bueno, gracias, hermano, gracias – me dijo sencillamente.
-No es a mí a quien tienes que dar las gracias, sino a tu mujer . Aún me quedo en deuda con ella. Su carta me ha conmovido a mí tanto como a ti, bobo. ¡Yo ya no vuelvo a ser peregrino de la calle Santa! – exclamé solemnemente.
_Está claro –dijo Piotr, después de una breve pausa.
-Y ahora, en marcha... – le dije, dándole un empujón-. Nada de perder tiempo. A lo mejor aún cambiarías de pensar.
Yo hablaba con afectada rudeza, temiendo que la emoción me traicionara, mas, por lo visto, no logré disimular del todo mis sentimientos. Piotr me miró con los ojos iluminados; sus mejillas de nuevo recobraron el color. Ni me apretó la mano ni me dio las gracias.
-Tania y yo te recordaremos toda la vida – dijo otra vez, con voz enronquecida-. Te devolveré el dinero en cuanto pueda.
-Está bien, está bien – le dije metiéndole prisa, dándole empujones a la ancha espalda-. No es a ti a quien lo regalo, sino a tu mujer. Venga, adelante, “a toda marcha”.
Cuando hubo partido me quedé triste. ¡Puede haber nada más triste que tu amigo regrese a la patria y tú te quedes en tierra extraña!

1948.

Autores Rusos Contemporáneos
Editorial Vergara S.A. 1963
Barcelona


Comentarios

  1. Foto de VLADIMIR BILL-BIELOTSERKOVSKI: https://uk.wikipedia.org/wiki/Білль-Білоцерковський_Володимир_Наумович#/media/File:%D0%91%D1%96%D0%BB%D0%BB%D1%8C-%D0%91%D1%96%D0%BB%D0%BE%D1%86%D0%B5%D1%80%D0%BA%D0%BE%D0%B2%D1%81%D1%8C%D0%BA%D0%B8%D0%B9.jpg

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