PAVEL PETRÓVICH BAZHOV (LA LLAMITA)
Sísertski Zavód, 1879 - Moscú, 1950
Pável Petróvich Bazhóv, fue un destacado escritor ruso. De familia obrera - su padre era contramaestre en una fábrica metalúrgica-, nació en 1879. Terminó sus estudios en el Seminario de Perm (actualmente Mólotov) en 1899. Fue maestro de escuela. En 1924 publicó su primer libro. "Leyendas del Ural", al que siguieron otras varias obras, entre ellas varios cuentos de la serie "La arqueta de malaquita", que le hicieron famoso en todo el país. La primera edición del libro data de 1939. Continúa publicando bajo este mismo título general los libros y cuentos que desde esta fecha escribe. Algunos ha sido llevados al cine, como la "La flor de piedra", cuento de exquisita fibra poética, incluido en la presente colección junto con otros cuatro, uno de los cuales lleva el mismo título que la serie toda. En 1943 fue galardonado con el premio Stalin. Falleció en 1950
Esto lo contaban mis viejos padres. Hace muchos años, si bien ocurrió después de abolir la servidumbre
Por aquel entonces vivía en nuestra localidad Timoja Manicorto. El remoquete se lo dieron cuando era ya un hombre entrado en años.
Por aquel entonces vivía en nuestra localidad Timoja Manicorto. El remoquete se lo dieron cuando era ya un hombre entrado en años.
En realidad, sus manos nada tenían de cortas. Como suele decirse, ojalá se las diera Dios a todo el mundo. Con manos así se puede ir a la caza del oso sin más armas que un cuchillo. Tampoco se le notaban fallas en el resto del cuerpo. Timoja era un hombre ancho de hombros, de pecho saliente, piernas robustas y un cuello que ni con una vara limonera habría resultado fácil hacérselo doblar. A tales hombres, que al encontrarse ociosos se subían a las paredes, en otros tiempos se les solía llamar mazos, pues donde asestaban un golpe abrían brecha. Los más templados luchadores dejaban paso libre a Timoja, por si las moscas. Menos mal que no era un hombre inclinado a las tendencias. No en vano se dice que el fuerte no es amigo de peleas.
En el trabajo, Timoja abarcaba mucho, era una potencia, y tenía despierto el ingenio. Bastaba mostrarle cómo se hace una cosa para que a continuación la hiciera él tan bien como uno mismo.
Como sabe todo el mundo, por nuestras comarcas son muchos los oficios a que la gente se dedica.
Unos extraen mineral, otros lo elaboran. Hay quien lava arenas auríferas o se dedica a la industria del platino o arranca piedra de construcción y piedra refractaria; también se encuentra quien saca mármoles de color. No falta quien busca piedras preciosas y las labra. Se necesita mucha madera, se talan los árboles y se bajan por los ríos. Se quema mucho carbón en las fábricas, se cazan animales de piel fina y se pesca. En las isbas era frecuente ver labrar cuchillos y tenedores junto a la estufa y pulir piedras preciosas junto a la ventana, mientras se tejían esteras en un camaranchón.
Tampoco se volvía la espalda al campo ni al ganado. Donde la montaña lo permitía, no faltaba nunca el prado o la sementera. En pocas palabras, la faena era mucha y variada,y en todas partes se requería destreza. Perola destreza no bastaba; debía ir acompañada de cierta llamita.
Todavía hoy es mucha la gente que no entiende bien lo de la llamita a que nos referimos. Pero lo que pasó con Timoja es muy curioso y muy aleccionador.
Fuera por tener el juicio aún poco maduro, o porque se le crió alguna carcoma en el cerebro, el caso es que a nuestro Timoja se le ocurrió poner las manos en todos los oficios del lugar, y de ellos se vanagloriaba.
-En todos los oficios llegaré al final - decía.
Familiares y amigos procuraron disuadirle:
_Esto no sirve para nada. vale más conocer uno a la perfección. Además, una sola vida no da tiempo a aprender todos los oficios.
Timoja, erre que erre, lo discute y hace sus cálculos:
-A la preparación de madera dedicaré dos inviernos, al transporte, dos primaveras; dos veranos los necesitaré para buscar oro; en la mina estaré un año; en la fábrica, unos diez. Después seguirán oficios como el de carbonero y labrador, el de la caza y de la pesca. Cuando empiece a ser viejo, puedo dedicarme a las piedras preciosas, a trabajar el cobre, o puedo colocarme de guarnicionero con los bomberos. Uno se pasa el día en una habitación caliente, haciendo rodar la rueda, manejando el cepillo o trabajando con el punzón.
La gente vieja, como es natural, se reía.
-¡No te alabes, patilargo! Primero comprueba lo que te da de sí el cuerpo.
Fue imposible convencer a Timoja.
-No habrá árbol al que no me suba - gritaba -, y en todos llegaré a la cima.
Los viejos aún querían hacerle entrar en razón. No tenía que olvidar que la cima es una medida poco segura. La que es pináculo puede resultar luego mediana, aparte de que hay cimas de tamaños diversos, unas bajas y otras altas.
Pero se dieron cuenta de que el mozo no les entendía, y le dejaron.
-Allá tú - le dijeron-, pero no te quejes luego de que no te hemos advertido a tiempo.
Y he aquí que Timoja comenzó a hacer pasar por sus manos los oficios del lugar.
El mozo era vigoroso y trabajador. ¿Quién le cierra la puerta?
En todas partes le reciben con los brazos abiertos, lo mismo da que se trate de talar árboles que de extraer mineral. También para los trabajos de precisión encuentra vía franca, pues el j oven es listo y no tiene dedos de madera, sino de fina inteligencia.
Fueron muchos los trabajos de la fábrica a que Timoja se dedicó, y aunque parezca mentira, en todos ellos salió airoso. Hacía las cosas tan bien como los demás.
Ya era un hombre casado, cargado de hijos, yno abandonaba su costumbre. Se hacía maestro de oficio y en seguida entraba de aprendiz en otro. Ganaba menos, pero se conformaba, como si tuviera que ser de aquel modo. En la fábrica ya estaban acostumbrados a ello, yal encontrarse con Timoja le decíanbromenado:
-¡Qué tal, Timoféi Ivánich! ¿Sigues aún de cerrajero en el taller mecánico, o has pasado ya de guarnicionero al cuerpo de bomberos?
Timoja se quedaba tan tranquilo y seguía la broma:
-A su hora ni un oficio se escapará de mis manos.
POr aquellos años Timoja declaró a su mujer que quería hacerse carbonero. La mujer le respondió a grito pelado:
-¡Qué locura es esta, mujik! ¿No se te podía haber ocurrido algo peor? ¡Nos pondrás la isba imposible de hollín! No daré a basto a lavarte las camisas. ¿Acaso puede llamarse oficio al de carbonero? ¿Qué se puede aprender de él?
Claro que la mujer de Timoja no tenía conciencia del alcance de sus palabras. Ahora, con los hornos que se emplean, hacer carbón resulta más sencillo; pero antes, cuando el carbón se elaboraba lentamente en pilas, el trabajo era difícil. Habia quien se rompía en él los cuernos durante toda la vida sin aprender a fabricar lo que se dice carbón de buena calidad.
Refunfuñaban los de su casa:
-Nuestro papá nos saca el resuello trabajando, no nos deja ni respirar, y total para nada: en casa no hay más que troncos carcomidos y podridos. Los vecinos de vez en cuando cantan alguna cancioncita y tienen un carbón estupendo, ni poco hecho ni requemado, y casi nunca se pelean.
Por más que se lamentó, la mujer de Timoja no pudo hacer cambiar de opinión a su marido. En una sola cosa le dio éste esperanzas. Le dijo:
-No te preocupes, no voy a ir mucho tiempo tiznado de carbón.
Como es natural, Timoja sabía lo que valía. Cuando iba a cambiar de oficio, lo primero que le preocupaba era mirar si había de quién aprender. Es decir, elegía un maestro.
En el ramo del carbón gozaba entonces de mucha fama el abuelo Nefed; era quien mejor lo sacaba. Así lo llamaban: carbón de Nefed, y en las carboneras lo amontonaban siempre aparte. Lo reservaban para los trabajos más delicados.
Al abuelo Nefed fue a quien se presentó Timoja. Aquél había oído hablar, naturalmente, de la manía de éste y le dijo:
-Puedo tomarte de aprendiz; estoy dispuesto a enseñarte los secretos del oficio sin esconderte nada, pero con una condición: sólo te irás de mi lado cuando saques el carbón mejor que yo.
Timoja confiaba en su buena estrella, y contestó:
-Doy palabra de hacerlo así.
Quedaron de acuerdo, y sin demorarse se fueron a las carboneras.
El abuelo Nefed era uno de esos hombres que siempre piensan de qué modo pueden hacer mejor lo que tienen entre manos. ¿Habrá algo más sencillo que partir un leño por la mitad? Pues también sobre este particular entró en conversación. Dijo:
-¡Mira, Timoja! Soy viejo y estoy acabando las fuerzas, pero parto los leños tan bien como tú. ¿Cómo te lo explicas?
Timoja respondió:
-El hacha está bien afilada y la mano ya va sola.
-La explicación la tienes no sólo en el hacha y en la costumbre de la mano - responde el abuelo-, sino también en que busco el punto sensible donde hay que dar el golpe.
Timoja empezó a buscar esos puntos sensibles. Comprendió que Nefed estaba en lo cierto, y además aquella búsqueda le resultaba divertida. Algunos leños se parten que da gusto, pero aún queda la duda de si no sería mejor dar el golpe en otro punto.
Por primera vez descubrió Timoja que trabajaba pendiente de si encontraba o no encontraba puntos esos puntos débiles.
Cuando empezaron a amontar los leños partidos por la mitad, el trabajo resultó complicado. No se traba sólo de poner de determinada manera cada clase de leña, sino que la leña de una misma clase tiene mil maneras distintas de colocarse. Al pino de un lugar húmedo, ha de dársele una inclinación; al que procede de un paraje seco, ha de dársele una inclinación diferente. Si se ha talado hace mucho, se pone de este modo; si hace poco, el modo de ponerlo es otro. Cuando los leños partidos son gruesos, se hacen tales respiraderos; cuando son algo delgados, los respiraderos han de reunir otras condiciones, y han de hacerse de un modo especial si el carbón se obtiene de leños sin partir. Para que luego se diga que es fácil entenderlo. Y otro tanto ocurre con la cubierta de tierra.
El abuelo Nefed explica todas estas cosas a conciencia, y además recuerda de quién ha aprendido estoy lo de más allá.
-Un cazador me enseñó a oler el humo. En esto los cazadores son gente entendida. Y me ha sido útil. No bien noto que el humo huele a agrio, aumento el tiro. Y todo marcha bien.
También aprendió algo de una vagabunda. La mujer se acercó una vez a una pila para calentarse, y dijo:
-Por este lado arde más.
-¿Cómo lo sabes? - le preguntó Nefed.
-Da la vuelta a la pila -respondió la vagabunda-. Tú mismo lo notarás.
Nefed dio la vuelta; la mujer estaba en lo cierto. El carbonero puso más tierra a la pila y reparó el defecto.
-Desde entonces -dice el abuelo Nefed- no olvido nunca el consejo de la vagabunda. Como era mujer, se había pasado la vida al lado de la estufa y era muy entendida en lo del calor.
Hablando de lo uno y de lo otro, un día, como si nada, recuerda lo de la llamita:
-Cuando está oscuro, por estos agujeros salta nuestra llamita y,¡hala!, adivina: que la leña no se te queme o que no se te vaya toda en humo. Por poco que te distraigas, o se te quema demasiado o no se quema bastante. Pero si todo está bien puesto, te sale un carbón que es un encanto.
Todas estas cosas despiertan la curiosidad de Timoja. Ve que el trabajo no es sencillo y que le hará sudar; pero en la llamita no piensa.
Todas estas cosas despiertan la curiosidad de Timoja. Ve que el trabajo no es sencillo y que le hará sudar; pero en la llamita no piensa.
Naturalmente, el carbón que hacían él y el abuelo Nefed era de primera calidad. Sin embargo, cuando se ponían a examinar las pilas nunca encontraban dos que no difirieran en una cosa u otra.
-¿A qué se debe esto? -pregunta el abuelo Nefed, mientras Timoja, pensando lo mismo, se dice: ¿dónde he dado un paso en falso?
Timoja aprendió a hacer todo el trabajo solo. Más de una vez el carbón le salió mejor que a Nefed, pero a pesar de todo no abandonaba aquel oficio. El abuelo se reía:
-Ahora, hermano, ya no te marchas: te ha pillado la llamita y ya no te suelta hasta la muerte.
El propio Timoja se maravillaba de que antes nunca le hubiera pasado nada semejante.
-Es que antes -le explicaba el abuelo Nefed - tú mirabas hacia atrás, es decir, hacia lo que habías hecho; y ahora que has mirado hacia delante para ver cómo hacerlo mejor, la llamita te ha agarrado. ¿Comprendes? se da en todos los trabajos, corre más allá de la destreza y arrastra tras sí al hombre. ¡Así es, amigo!
Las cosas salieron tal como decía el abuelo Nefed. Timoja se quedó carbonero, y además se inventó un mote. A Timoja le gustaba dar consejos a los jóvenes y les contaba que en su propia juventud quería dominar todos los oficios, hasta que se atascó en el de carbonero.
-No hay manera -añadía-de que pueda atrapar a la llamita. Es muy vivaracha. ¿Comprendéis? Tengo las manos cortas.
Y al decir estas palabras, abría sus enorme manazas. Claro, la gente se reía. Y así le llamaron Manicorto. Se lo decían en son de broma, naturalmente, pues Timoja había gozado de buena fama en la fábrica.
Cuando murió el abuelo Nefed, el carbón de Manicorto resultó ser el mejor, y también lo ponían en un montó aparte en las carboneras. Puede afirmarse sin la mejor duda: era un maestro en su oficio.
Por nuestra comarca viven hoy sus nietos y bisnietos. También buscan -cada uno en su oficio - su llamita, pero no se quejan de las manos. Saben que, si se aplican, con la ciencia de hoy, las manos del hombre pueden llegar más allá de las nubes.
1943
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Vivienda de madera que consta de una sola habitación con una estufa en el centro; es típica de los pueblos del norte de Europa y de Asia.
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