ANA ALEXÁNDROVNA KARAVÁIEVA ( (UN CONOCIDO)

Perm (Mólotov) Rusia, 1893-Moscú, 1979
Nace en Perm (hoy Mólotov). Su padre era un modesto empleado. Ana Alexándrovna Karaváieva empieza a publicar sus escritos en 1922. Sus primeras novelitas ("El pabellón"), 1923; "El hogar", 1926, entre otras) giran en torno a la vida de los pequeños propietarios, condenados a desaparecer como tales por la evolución de la sociedad. En "La serrería" (1928) trata del renacimiento de una empresa abandonada. En 1943 aparece la primera parte de su trilogía "La Patria" (1943-1950) consagrada a la "gran emigración de las fábricas" a los Urales al principio de la guerra, a la evolución interior de los hombres al adquirir conciencia de la importancia de su trabajo, a las vicisitudes de la guerra y a la reconstrucción del país. Por su libro "La Patria", fue galardonada en 1951 con el premio Stalin. El breve relato que a continuación se inserta, "Un conocido", fue publicado en 1947.
Apoyadas en la pared de un henil, junto a la carretera, dos muchachas buscaban refugio contra la lluvia.
-Es inútil esperar - dijo una de ellas, rubia, tocada con boina roja -. ¡Tenemos lluvia para todo el día!
-No pasa ni una triste camioneta; ni que fuera un castigo... Podríamos pedir que nos llevaran -prosiguió contrariada su amiga, pelirroja, fea, que se cubría la cabeza con un pañuelo a cuadros, a la moda.
-¡Mira, Tonia, mira! -exclamó de pronto, vivamente-. ¡Un coche! ¡Sale del bosque y tuerce por la carretera, hacia aquí!
-¡Madre mía... es un conocido, Katia!
-Mejor. ¿Por qué te disgusta? - repuso su amiga, sorprendida.
Tonia hizo un gesto de mal humor y añadió:
-Para ti es fácil hablar, pero a mí me ha ocurrido con él una historia desagradable. Tú hace poco que vives por aquí y hay muchas cosas que aún no sabes.
-¿Qué historia es ésta, si no se trata de un secreto? - preguntó Katia.
-¡Bueno está el secreto!... Todo el mundo sabe que estuvimos a puntos de casarnos, que nos habíamos prometido. Entonces acabó la guerra y muy pronto regresó Seriozha... el que había sido mi novio...
-¿Cómo te metiste en un lío semejante? - le reprochó la amiga.
-Que quieres que te diga... fue así... -contestó Tonia, suspirando cohibida-. Se recibió carta de un camarada de Serguéi, del frente. Decía que Serguéi había perecido. Se lo escribió a la madre. Todos lo lloramos, mas... pasó el tiempo y volvió hecho un héroe... Y hemos seguido siendo novios, como antes... Ya llega mi conocido... En mala hora nos hemos puesto aquí... ¡Qué lata!
Uno de los coches delComité del distrito avanzaba dando saltos por la carretera,negra como el alquitrán, erosionada por las lluvias. El chofer se asomó por la ventanilla y gritó, jovial:
-¡Tonia, Tonia! ¿Qué haces ahí, mojándote? ... ¡Subid, os llevaré!
-A lo mejor no vas por nuestro camino... - balbuceó Tonia indecisa -. Nosotras tenemos que ir a Kúzovlevo... Para ti sería un rodeo.
-Es poca cosa. No vale la pena hablar de ello. Subid, subid.
L amiga se sentó detrás; Tonia, al lado del chofer. Este la miró de soslayo y le puso sobre los hombros su chaqueta de cuero.
-Te has quedado helada, Tonia.
-¿Y usted?
-No te preocupes, el motor me sirve de estufa.
Se callaron. El chofer comprobó si estaba bien cerrada la puerta del lado de sus acompañantes, y dijo con forzada sonrisa:
-Hacía mucho que no te veía, Tonia. Desde la primavera. Una vez, al pasar por delante de vuestra Estación de Maquinaria Agrícola, pregunté por ti. Iván Alexéich, el administrador, me explicó que ya no trabajas con ellos.
-Es verdad. Ahora trabajo en otra Estación. En la de Piotr Páulovich.
-¿Cómo no hiciste buenas migas con Iván Alexéich? Es una buena persona.
-¿Buena persona, eh? - la muchacha hizo un esfuerzo para mantenerse recta, a pesar de la oscilación del coche -. Pues conmigo se portó mal. Distribuyó el terreno para labrar de modo que ningún tractorista pudiese quejarse, pero a mí me mandó sólo por campos malos. No había ni un trozo de llano. Debía de haberle dado vergüenza obrar de ese modo. Sabía quién era yo. Estuvo en la comisión de exámenes y me asó a preguntas, hasta convencerse de que me conozco el tractor al dedillo. Me puso por las nubes delante de todos, me dio la nota de "sobresaliente", y ¡luego me manda al peor de los sectores! Naturalmente, me piqué. ¡Yo también tengo mi orgullo!
-¡Ah,tontuela! ¿Y si lo que quería era probarte? No puedes negarme que Iván Alexéich es hombre de mucha cabeza, y ha formado decena de excelentes tractoristas:
-A la gente no se la enseña ofendiéndola.
-Otra vez a lo tuyo... Iván Alexéich tiene razón. ¡Vaya tractorista el que sabe conducir su máquina sólo por terreno liso! ¡No, señor! Demuestra que para ti no hay obstáculos.
-Si fuera así, como usted dice, Andréi Ivánich, podía habérmelo explicado...
-Has de comprenderlo tú misma. Ya tienes veinte años, ya eres mayor de edad. Recuerda lo que en más de una ocasión te he dicho: hay que saber distinguir y comprender las intenciones y los actos de las personas: si no, te equivocas a cada paso. ¿Acaso no tengo razón, Tonia?
-Usted siempre me ha dado buenos consejos... - respondió quedamente la muchacha, bajando la cabeza-. De no haber sido usted, me habría costado mucho abrirme camino... Huérfana, tan poquita cosa...
-¡Déjate de tonterías! - la interrumpió el chofer con su voz de bajo, e incluso la amenazó con el dedo... -. ¡Vaya manera de hablar! Claro que diez años atrás eras pequeña y había muchas cosas que aún no podías entender. Pero acabaste la escuela de siete años, luego hiciste unos cursos de tractorista, entraste en el sindicato, dominas una especialidad importante... ¿Entonces?
-todo esto es verdad, Andréi Ivánich.
Enmudecieron. Andréi Ivánich miraba de reojo el perfil de la redonda mejilla de la joven, la nariz respingona y los labios regordetes aún como los de un niño. Luego tosió levemente y preguntó:
-¿Tú querías seguir estudiando, ¿no es verdad, Tonia?
-¡Sin falta! Quiero ser ingeniero de transporte automóvil - respondió la joven, animándose.
-Si lo quieres de verdad, lo serás; pero has de trabajar a conciencia. Tienes el camino abierto a todas partes. Vosotras no podéis quejaros. No tenéis idea de lo dura que fue nuestra juventud. Si parece que ha hemos llegado a viejos...
-Aún le falta mucho para llegar a viejo, Andréi Ivánich - le respondió Tonia, alentadora, con cierto tono de compasión en la voz.
-¡Qué va a faltar!... - masculló el chofer.
Se le contrajo la mejilla, de pómulo saliente, en la que se notaba un rasguño de la navaja de afeitar; era como si le dolieran las muelas. Tonia le dirigió una mirada tímida, quiso decirle algo, mas se echó sobre el respaldo del asiento y se acurrucó bajo la chaqueta de cuero.
-¿Tienes frío? le preguntó el chofer, al notar su movimiento.
-No... me pongo cómoda, nada más...
Seguía lloviendo. El viejo coche entró ruidosamente en un bosquecillo. Los árboles que crecían a ambos lados del camino, teñidos de rojo purpurino y de amarillo, mojados y sacudidos por el viento, se balanceaban, como borrachos, rociando la carrocería del vehículo con grandes gotas de agua fría.
-¡Ay! - exclamó Tonia, estremeciéndose de frío; y como si quisiera justificarse, dijo: -Nada es peor que el otoño cuando dura tanto... En la aldea, cuando llueve, está todo tan desanimado, ni dan ganas de mirar a la calle. Nuestro administrador, Piotr Pávlich, ha estado en Moscú hace poco y lo ensalza mucho. Dice que otra vez es muy hermoso. Ha visto la nuevas estaciones del metro. Todo está hecho con gusto, por todas partes hay mármoles, como en un palacio...
-Así tiene que ser... Por algo es Moscú la capital del país.
-En Moscú, probablemente, el otoño ni se nota... ¿Le gustaría vivir en Moscú Andréi Ivánich?
-Moscú es una ciudad espléndida, naturalmente... - respondió Andréi Ivánich, moviendo la cabeza en señal de admiración -. Pero yo soy un chofer de aldea, y no estimo menos estos rincones. Aquí me sé de memoria todos los caminitos. Todo el mundo me conoce y yo conozco a la gente. Cuando recorro el distrito, siempre encuentro algo interesante, hablo con personas distintas. Es tan agradable hallar su sentido en todas las cosas... Tú te lamentas: "el otoño, el otoño"... ¡Si el otoño es la época de la abundancia!
-Nadie lo discute... - Y Tonia, de pronto, se puso a reír.
-¿De qué te ríes? - preguntó Andréi Ivánich,sonriéndose a su vez y contemplando a la joven.
Ella se reía a carcajadas. Se le dibujaban dos hoyitos diminutos en las mejillas, algo más arriba de los ángulos que formaban sus labios sonrosados. Sus anchas cejas de color castaño brillante oscilaban, alegres, sobre la blanca frente. Dejó de ver, provocativos, sus pequeños y regulares dientes, cual granitos de arroz.
-Pero, dime, ¿por qué te ríes? - preguntó el chofer por segunda vez, contemplándola embelesado, y a la vez, melancólico.
-Fue ayer... - se puso a contar Tonia, sin dejar de reírse -. Yo pasaba por delante de la casa de los Lubkov. Oigo risas y batir de palmas. Entro curiosa. Y me veo al viejo Lubkov danzando en medio de una habitación. Sin embargo, parece que está enfadado. No comprendo lo que ocurre. Luego me lo explican. El viejo danza porque perdió una apuesta. La hizo con su hijo, Dmitri Fiódorovich, en primavera. Tuvieron una gran discusión...
-Ya estoy enterado - se sonrió el chofer, de buen humor -. Dmitri Fiódorovich habló del asunto en un artículo que publicó en el periódico local al comenzar la primavera. Lo recuerdo perfectamente. Se refería a las patatas...
-¡Esto es, a las patatas! -asintió Tonia, sin dejar de reírse -. Dmitri Lubkov, como buen kolkosiano, se preguntaba por qué en los huertos individuales las patatas se dan bien, grandes y de buena calidad, y en los campos del koljós resultan de calidad tan distinta, en unos sitios grandes, en otros medianas y en otros tan pequeñas que no valen nada: parecen guisantes. "¿No podríamos cuidar bien todos los campos de patatas del koljós'", decía Lubkov. "Deseo confiar sólo en lo que recojamos todos y no en lo que me da el huerto propio", añadía. "Voy a sacar con mi brigada patatas excelentes, yh en mi huerto ni siquiera las sembraré..."
-¡Así fue! - confirmó Tonia.
-"Lo que yo quiero (decía Lubkov) es recibir buenas patatas por mis días de trabajo en el koljós, que al Estado se le entreguen de la misma clase. En mi huerto, en vez de patatas, plantaré bayas." afirmó...
-¡Exactamente! Y el viejo Lubkov se puso hecho una furia. No hacía más que llamar tonto y estúpido a su hijo... Pero éste se plantó en sus trece y dijo al padre: "padre, vas as quedar mal, perderás". Entonces el viejo salió de sus casillas y le soltó, de golpe: "¡Si con todas etas locuras te pones en ridículo, te haré bailar una hora ante todo el pueblo, como el más tonto de los tontos!" El hijo se rió y le respondió: "Pero si tengo éxito, vas a ser tú, padre, el que se pasará la hora danzando, a pesar de tener sesenta y cinco años."
-La brigada de Dmitriev ha sido premiada. Incluso un periódico de la capital ha hablado de él -dijo el chofer, sonriéndose.
-Y el viejo ha tenido que bailar... ¡Qué risa daba verlo, Andréi Ivánich!... Sobre la mesa, unos bocadillos; alrededor, invitados, y el viejo bailando como un joven... Baila, se limpia el sudor con un pañuelo. "¡Eh, mozos, que ase me cansan las piernas!" Dmitri Fiódorovich, riéndose, le responde: "¡Padre, más despacio, que aún te quedan veinte minutos!" Los invitados brindan a la salud del viejo,baten palmas y gritan: "¡Bravo! ¡Bis!" A mí me hicieron sentar a la mesa y también me puse a gritar: "¡Bravo!"... ¡Qué risa, madre!...
Tonia volvió a prorrumpir en carcajadas. Una sacudida del vehículo la inclinó sobre el hombro del chofer, quien se sobresaltó y apretó los labios.
-Perdón, Andréi Ivánich... - dijo ella confusa, apartándose.
Andréi Ivánich agarró con más fuerza el volante y, atravesando con la mirada la densa cortina de lluvia, salvó hábilmente un bache abierto en el extremo de unos rastrojos.
_Estos caminos tan bien trazados... - refunfuñó, contrayendo la mejilla con un tic involuntario -. ¡No me los aprendo por más que paso por ellos!
Tonia asintió con un movimiento de cabeza. Se quedó seria y empezó a pestañear, desconcertada. El chofer la miró varias veces, como si quisiera decirle algo. Por fin se decidió.
-Qué, Tonia. ¿Ya te has casado? - le preguntó, carraspeando torpemente.
Aún no. Pronto... - contestó la joven en voz baja, a la vez que se ponía a mirar hacia otro lado, agachando la cabeza.
-Muy bien... ¿Así, pues, con Serguéi? - prosiguió el chofer, fija la mirada en el camino.
-Sí... con él.
-Muy bien... Y qué, ¿ya tiene mejor carácter desde que ha vuelto de la guerra?
-¿Qué quiere decir? ¿Acaso tiene nada de especial su carácter?
-Se dice que le gusta beber, y que cuando está borracho pierde los estribos. Cuidado, que no te salga rana, Tonia... Perdona que te lo diga.
-¡Ba-ah! - respondió evasivamente la joven.
Sacó un espejito del bolsillo y se puso a arreglarse los cabellos que se le habían salido por debajo de la boina. El chofer la miraba por el rabillo del ojo. Luego se sonrió, apenado, y añadió:
-¿Otra vez te has enfadado? Bueno, perdona. No te lo he dicho con mala intención...
-No... ¿Por qué he de enfadarme? - replicó Tonia, suspirando-. Otros me dicen lo mismo: es malo, no te conviene... ¿Pero cómo encontrar buenos maridos para todas? también los malos tienen derecho a la vida...
-¡Lo que significa el amor!... - repuso el chofer, entre triste y envidioso -. Naturalmente, es cosa tuya. Sólo dudo que con él puedas estudiar y hacerte ingeniero de transporte automóvil.
-Me ha prometido no oponerse para nada en esta cuestión - respondió Tonia , un si es no es despechada.
-Bueno... Otro te habría dicho: prometo ayudarte con todas mis fuerzas para que progreses y llegues a un lugar más elevado... ¡Ay, Tonia, Tonia!
La joven puso la vista en el caviloso semblante del chofer.
-¡No se enoje conmigo, Andréi Ivánich!... Yo misma no sé cómo ha ocurrido todo esto...
-¿Por qué he de enfadarme?... ¿Me he bebido la razón, acaso, par ano comprender lo que pasa? ¡Qué va!... Viudo, con cuarenta años cumplidos, sin bailar en las fiestas... no sé cantar ni tocar el acordeón... Soy un hombre aburrido, en una palabra...
-No, Andréi Ivánich, usted de ningún modo es un hombre aburrido... Con usted siempre me he sentido bien... yo... - Tonia se turbó, se puso colorada y por poco se echa a llorar. Llegó a sollozar en silencio.
-Basta, basta... ¿A santo de qué te emocionas? - dijo el chofer, preocupado, e hizo un gesto con la cabeza para animar ala noven -. Te repito que no lo he dicho con mala intención... tú misma lo comprendes.
-Lo comprendo... - balbuceó Tonia, cubriéndose el rostro con las manos.
-Te digo... que si algún día necesitas ayuda... en este mundo todo puede ocurrir... no vaciles en acudir a mí, Tonia. ¿De acuerdo?
- Gracias, Andréi Ivánich... - murmuró ella.
En sentido contrario avanzaba un coche, hendiendo los charcos; mas se salió del reborde del camino y se atascó.
-¡Este no sabe lo que se hace! - gritó enojado Andréi Ivánich-. La lluvia ha estropeado el suelo, las ruedas patinan, y este borrego quiere hacer pasar el coche por el borde de los sembrados.
-¡Eh! - gritó a plena voz, haciendo una señal con la mano a una persona, apenas visible a través de los cristales mojados de la ventanilla -. ¡Tienes la cuneta detrás, cabeza de alcornoque! Tira hacia la izquierda, pasa por el rastrojo; si no, te metes en la zanja... ¡Qué bruto! ¡Habrá que sacarlo a remolque!
Se acercó, ayudó a salir del mal paso al chofer desconocido y luego lo despidió contento.
-Menos mal, no le ha pasado nada... No hace falta mucho para echar a perder un coche o la propia vida. Te equivocas de camino, una maniobra falsa, y te quedas estropeado para siempre...
Tonia se estremeció, y de pronto, con desesperada resolución, dijo:
-Si se supiera todo lo que va a ocurrir y dónde hace falta dar la vuelta... ¡Ay, Andréi Ivánich! A veces pasan cosas raras en la vida: te sientes atraída por una persona, cada vez con más fuerza, y no hay manera de oponerse a este sentimiento. está una contenta y descontenta a la vez, y ni siquiera llega a comprender si será por su bien o por su mal. De tener familia, no encontraría tantas dificultades; pero estoy sola en el mundo...
-Bueno, ¿ahora soy yo quien tiene que enojarse? - dijo Andréi Ivánich, interrumpiéndola sin brusquedad -. ¡Así, pues, no tienes a nadie en quién confiar? ¿Para qué estoy yo, pues? ¿Es posible que no lo comprendas?
-Lo comprendo, claro,lo comprendo todo - balbuceó la joven -. Créame, Andréi Ivánich, le digo la verdad...
-Está bien, Tonia, está bien...
De nuevo enmudecieron. La lluvía seguía azotando el parabrisas del coche. Fruncido el ceño, el chofer conducía su cochecito viejo a través de la triste cortina de lluvia, densa y turbia, como la bruma. Apenas se divisaban los contornos de los pequeños setos mojados, de los oscuros arbustos que poblaban la serpenteante orilla de un río, las cercas de los huertos de las afueras de una aldea. El negro camino, aceitoso y frío, brillando bajo los raudales de agua, diríase que pesado por los efectos de la humedad, ascendía suavemente.
-¡Qué tiempo, Andréi Ivánich!... Parece que nunca va a terminar de llover...
-Es el otoño, querida; hay que tomarlo como viene - respondió el chofer en el mismo tono.
En fondo se divisó la aldea.
-Ya estamos en Kúzovlevo - dijo Tonia, empezando a quitarse de los hombros la chaqueta de cuero -. ¡Gracias por todo, Andréi Ivánich!
-¡Por muchos años!... Y si quieres seguir, ya sabes: no me estorbas - dijo él en son de broma, mientras la despedía con un fuerte apretón de manos -, ¡Que seas muy feliz Tonia!
-Gracias, Andréi Ivánich, gracias por todo... - respondió ella, estremecida por el golpe que dio la portezuela del coche al cerrarse.
El chofer agitó la gorra. El coche se puso en marcha y de nuevo volvió a saltar por el negro y resbaloso camino.
-¿Ves?... Ya te decía yo que eras una tonta al asustarte de un conocido - empezó a decirle su amiga, pero se calló en seco al ver bañados en lágrimas los ojos de Tonia.
-¡Madre mía! ¿Pero por qué lloras, criatura? No te ha dicho nada que pudiera agraviarte, al contrario...
-Sí... por esto lloro, porque ha sido al contrario... - balbuceó Tonia con temblorosos labios, y se puso a llorar con más fuerza.
El coche corría por el camino, cada vez más lejos, y al poco rato desapareció en una vuelta.

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